Historias y sentires de la frontera en un mundo colapsado
Una colección de historias cortas
Las tacitas de café.
En marzo me interné por depresión severa, anemia crónica severa, ansiedad, entre otras cosas. Esto fue lo que pasó al salir del hospital, tres semanas después, ya que había iniciado el cierre de ciudades en el mundo por un virus que nadie conocía públicamente. Al salir, ingresé a una casa de crisis, un lugar especial, ya que es una casa victoriana de la que no sé mucho, y lo poco que aprendí y las vivencias, me dieron a entender que este lugar, es un espacio especial, pues supongo que tiene más de cien años, sin exagerar. Esta fue la tercera vez que pisé este lugar, que, por otras tres semanas se convirtió en mi hogar, un hogar acogedor y en el que conocí personas maravillosas, tanto por parte de las personas que trabajan ahí, con muchísima dedicación en la recuperación de las personas que están pasando por un periodo crucial en sus vidas. Esta casa se convirtió en mi refugio, pues ahí comencé un proceso de autosanación, del cual aún me estoy haciendo cargo.
En la casa victoriana había ciertos objetos que marcan el paso del tiempo, pero lo que más me llamó la atención fue un set de seis tazas cafeteras de porcelana blanca, que tenía un decorado plateado de flores hermosas y delicadas. Diariamente, se paseaban por la planta baja, con esa sustancia aromática, llenas, a tres cuartos, a la mitad, vacías. Yo las veía y me ponía contenta, pues las tacitas de café me tenían despierta todo el día, y así podía estar atenta a mi tratamiento. Cuando veía la cafetera con ese liquidito delicioso, tomaba mi tacita especial y meservía mi cafecito. Luego, preparaba mi sustancia, poniéndole al final, canelita en polvo, que le daba un toquecito aromático extra.
Todos los días me gustaba ver el set de tacitas acomodadas en la alacena. Si veía que estaban sucias, lavaba las tazas y las ponía en su lugar. De repente, un día me
encontré con que faltaban dos tacitas. Estuve preocupada, pues pensaba que alguien las habría olvidado en algún lugar de la casa. Busqué y busqué, sin dar con ellas. Tanta fue mi desesperación por ver el set completo, que comencé a preguntar a los demás habitantes si de casualidad habían olvidado poner en la cocina dichas tacitas hermosas. Un día, una muchacha me comentó que, por accidente, se le había quebrado una tacita y ella se había puesto muy triste. Yo me puse triste también, al saber esta noticia…
Los días pasaron, las tacitas incompletas se seguían paseando por la casa, llevando mi bebida mágica.
Al final de mi estancia, sólo quedaban cuatro tazas. En ese momento, me di cuenta que también quedaban en la casa cuatro personas con las cuales había entablado una relación de amistad, con las cuales conviví echándonos nuestro relativo cafecito. Han pasado tres meses, y extraño mis tacitas de café. Lo mejor de todo es que sigo teniendo amistad con hermosas personas que estuvieron en ese tiempo y se han convertido en mi nueva familia.
9 de marzo, 2020.
Y llegó el día 9 de marzo, día de la mujer. Estoy en el hospital psiquiátrico y parece que nadie llevó colores violetas ni morados en sus ropas, excepto las líneas que tracé pensando esto: Pienso en todas las mujeres que no salieron a su trabajo, en aquellas que no llevaron sus niñas al “cole,” mientras que la mía hizo lo mismo que cada día de escuela. Sin embargo, me pregunto qué hubiera pasado si no hubiera mujeres en el hospital, cuando el enfermero abrió la puerta del baño por segundo día consecutivo, para pedir ver mi rostro. No sé cómo hubiera seguido Mrs. Seizure (Srita. Convulsión), si esas enfermeras no le hubieran hecho el electro-shock que la trajo de vuelta, de su profundo sueño.
No pude asistir a las marchas, y realmente hubiera querido participar, pero me encuentro aquí, toda confundida porque me quiero morir y también porque, realmente estoy enferma de mis queridas células que, por la falta de hierro son más pequeñas y frágiles, mis células que explotan sin ser canciones y que están en una lucha continua en cada guerra que tengo conmigo misma.
A la vez, no me gusta mucho la idea de que tengamos un día para recordar a todas esas heroínas, quienes lucharon por el derecho al voto, pues no sabemos ni para qué votamos, si el mundo sigue siendo una guerra continua contra nosotras, por el solo hecho de ser mujeres, o por aquella mujer que se puso por primera vez un pantalón, por la que no se quitó del asiento en el camión, por cada maestra que ha hecho un cambio en este mundo.
Me molesta porque merecemos el mismo trato que los hombres. También odio al hombre que genera la violencia y nos culpa por sus errores machistas. Odio escuchar esa maldita frase “Producto para caballero.” No me gusta ser una mujer machista, engendrada en cuna de machos, de abuelos y tíos retrogradas y de madres, tías, hermanas y abuelas sumisas.
En fin, este día me hubiera gustado gritar allá afuera, en la calle, que soy mujer, que quiero que otras mujeres sean felices, mientras felicito a aquellas que hacen su diaria labor de romper los esquemas y buscan el cambio en el mundo, aunque no se les reconozca. Hoy grito desde mi cuarto: “¡Viva las mujeres, viva el valor de vivir día a día padeciendo el mal del machismo inculcado en las venas! ¡Viva la mujer, vivamos todas! ¡Vivan las niñas que no serán producto de abusos! ¡Vivamos todas las mujeres del mundo felices!”
La Paloma Blanca.
Una muerta más en la lista de mujeres que son quitadas de la lista de feminicidios. No me gusta que mueran las personas, pero esta será una historia que nadie contará. Aquí mi pequeño aporte, unas palabras quizá ya leídas en otros casos similares a este.
Esta es la historia de una persona que desde pequeña supo que la vida no era fácil, que quizá apenas aprendió a leer y escribir, que entendió que debía comer lo que había en la mesa, cuando había… La escasez de vestido, de alimentos no es un impedimento para soñar.
Al pasar los años, la vida seguía igual. Entonces, hubo una oportunidad de irse y emprendió el vuelo. Llegó de lejos, con muchas ilusiones, siguiendo a alguien que la invitó a venir, agarrada de la mano y el corazón, en un enredo de mentiras piadosas.
Una mujer que pudo dejar atrás a su familia, pensando que aquí tendría una mejor vida, un mejor futuro que le permitiría sacar adelante a los que abrazó por última vez.
Como muchas otras, esta mujer pudo haber dejado hijos pequeños y padres mayores, pues fue una joven mujer que llegó a esta ciudad, como todas, limpiando sus lágrimas en el camino, soltando en un respiro aquella vida.
Llevaba consigo una pequeña maletita, donde iban afianzadas la fuerza, los sueños, el amor y la vida misma. Y en ese enamoramiento embriagado de deseos, se instaló en uno de los cuartos de renta de los vecinos, junto a esa persona con quien buscaría superar los obstáculos del pasado.
Así como esta pareja, cientos más han llegado ahí, por unos treinta años. Ha llegado gente de todos los rincones del país, la mayoría de los estados del sur. He sido testigo de cómo han logrado sobrellevar esa vida en un vaivén de sueldos miserables.
Primero, encuentran un trabajo en las maquiladoras, y poco a poco, logran ahorrar un poco, para después buscar un mejor empleo y con este, un nuevo espacio. Y he visto su esfuerzo, trabajando muchas horas, en un cansancio asfixiante, comprando ropa de segunda en los sobre ruedas, yendo a la lavandería de enseguida…Y esos esfuerzos, les permite con sus ahorros, que logran conseguir carros, mudarse y desaparecer de esta colonia.
Este era un futuro o algo similar a lo que pudiera lograr esta muchacha. Pero al pasar dos semanas, instalada ella, una mujer grande y hermosa, al lado de no tan agraciado señor, los sueños le fueron arrancados por un puño lleno de odio y coraje.
¿Qué pecado más cruel pudo haber cometido una mujer, para que ahí haya terminado la nueva libertad? ¿Qué demonio se apoderó de este macho falto de sentimientos?
¿Por qué pagarle con esa moneda a la mujer que dejó todo atrás, encaminarse a su lado. Qué pasó por la mente de ese hombre, que lo cegó emborrachado de adrenalina y odio, para poder desvanecer los sueños de otra vida?
Me quedan muchas preguntas sin responder. Sufrí violencia y he visto unos ojos llenos de odio que me quieren aniquilar.
En este caso, era la imagen distorsionada de un ser que se pensó al principio era un hombre, pues esa cara ya no tenía un rostro, la sangre abotargó su cara, se oscureció y, a simple vista, era solamente un cuerpo tirado en el baño, con la cortina halada, un charco oscuro que se esparcía como un río seco en ese espacio reducido, que hizo pensar que la persona resbaló y murió desangrada por el golpe de la nuca en el filo del mini escalón.
Pero al ver detenidamente la imagen, ese cuerpo en avanzada descomposición, tenía señas de hematomas. Se veían los moretones en los hombros, en el estómago, y ahora la historia había dado un gran giro.
Luego, escuché a un perito decir en una llamada, que solamente había cosas de mujer en ese lugar. Ahí comprendí que se trataba de algo más delicado y más tarde, comprobé mis sospechas. El ministerial le comentaba al otro que tenía que cambiarle cosas al registro de datos. Borrar y cambiar la historia.
Claro, entendí que se trataba de un feminicidio más sin resolver. El hombre poco agraciado, mejor dicho, desgraciado, desapareció con sus pertenencias. Esa mujer y sus sueños quedaron ahí esparcidos en un cuarto de baño, el telón del teatro se cerró al caer esa cortina de color azul, mi color de la esperanza.
Esa historia nadie la contó. Yo la viví estando de chismosa y quise que no quedara así nomás. No sé si esa mujer quede como miles de personas, en esa fosa común, tan común ahora que la violencia apaga los sueños de tu vecino, de tu amigo, de tu hermano, etcétera.
Esta violencia se vive a diario y esto tiene que cambiar. Qué podemos hacer ante tanta historia contada por los vecinos, ante tanta nota donde la lucha está contra un gobierno aplastante que no puede hacer nada por detener este huracán de violencia.
A mí solo me quedó reflexionar un poco, pues esa mujer, como miles, ya no pudo seguir alimentando sus sueños…
Comentarios
Linaloe Saucedo: ¿Qué hemos hecho como sociedad para llegar a esto? ¿Dónde se perdieron nuestros niños, somos corresponsables? También de la sanación… Vamos a trabajar en ello.
Estela Hernández: Que fuerte realidad.
Lala Del Mar: ¿En que colonia paso esto? Acá donde yo vivo, hay en casi toda la colonia bastantes cuarterías en renta, como están las fábricas de los Pinos (colonia), hay muchos que viven como en comunidades; la mayoría son de Sinaloa, Chiapas y Oaxaca, a muchos los veo un tiempo, luego ya no, llegan otros, y así, desde tiempo. Tengo unas amiguitas de Chiapas, eran mis clientas en mis ventas de patio, ellas si se instalaron ya en Tijuana. Resulta que llegaron solitas. Ya después las vi con niños grandecitos y supuse que ya que se acomodaron bien en la ciudad y mandaron a por sus hijos.
Nanna Ninna: La misma historia, esto es en Otay…Cuando llegamos a la casa que hizo mi papá, la calle era invadida por gente que había llegado a la ciudad y trabajó en el proyecto de maquila. Tengo otros textos de estos temas…
Hippie Mich: Me envolvió de principio a fin, pobrecita.
Vannessa Garcia, a.k.a. Ninna Uggae, nacío en Los Ángeles, CA., pero ha radicado en Tijuana y San Diego. Es artesana y secretaria. Ha participado desde la adolescencia en fanzines, y en el boletín escolar de San Diego City College. Participó con una página sobre Frida Kahlo en 2000, en Periódico El Mexicano. Colaboró en Revista Entre Líneas, realizando entrevistas a personajes de la frontera, y participa en la transcripción y revisión de textos sobre historia de alumnos de secundaria, para el proyecto “La Máquina del Tiempo.”